Colombia: cuando la ideología se convierte en espectáculo y trinchera


La política colombiana ha dejado de ser el arte de gobernar para convertirse en una guerra de trincheras emocionales que buscan imponer una razón sobre otra. Ya no se discuten ideas ni se contrastan modelos de país. Se lanzan etiquetas, se fabrican enemigos y se activan bandos. Todo se reduce a estar “con” o “contra”. Y en medio de ese fuego cruzado, la ciudadanía es carne de cañón. 

¿Qué ha pasado? Que las ideologías han dejado de ser un marco de pensamiento para convertirse en un instrumento de manipulación emocional. Lo advirtió Hannah Arendt: la ideología no busca la verdad, busca justificar el poder. En Colombia, eso se traduce en discursos polarizantes, narrativas simplificadas, memes virales, fake news y una maquinaria diseñada para producir indignación. 

La derecha grita “izquierdistas”, la izquierda responde “facistas”. Mientras tanto, el hambre, la corrupción, la violencia y la exclusión siguen intactos. Porque la lucha ideológica no está diseñada para transformar la realidad, sino para mantenernos atrapados en una realidad sin transformación. En este contexto, pensar con autonomía es un acto revolucionario. Porque cuando todo está diseñado para movilizar odios, pensar es resistir. Cuando todo gira en torno al espectáculo, a la posverdad y al algoritmo, cuestionar es subversivo.

La verdadera disputa política no es entre izquierda y derecha, sino entre quienes repiten narrativas prefabricadas… y quienes deciden recuperar el pensamiento crítico para imaginar un país distinto. Colombia no necesita más doctrinas vacías. Necesita conciencia.

Porque mientras discutimos desde el miedo, otros siguen gobernando desde la codicia y eso no resuelve los problemas de la gente, solo perpetua un modelo de dominación en donde las mayorías seguimos siendo utilizadas para mantener a unos pocos en el poder. 


Oriana Zambrano M.

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