Me Divorcié Del Partido Conservador, No De Mis Causas: Una Decisión Política Desde La Dignidad

 


En política, como en la vida, hay vínculos que duran más de lo que deberían. Hay estructuras a las que nos aferramos por historia, por afecto, por disciplina. Por la idea —noble pero ingenua— de que desde dentro se puede transformar lo que nos excluye. Hace un mes, después de 23 años de militancia política, presenté mi renuncia al partido en el que caminé durante más de dos décadas, me divorcié de la militancia formal en el Partido Conservador Colombiano. No fue una salida ruidosa ni improvisada. Fue una decisión lenta, profunda, vivida en silencio y con la conciencia de quien sabe que quedarse también puede ser una forma de traicionarse. No me fui por despecho, me fui por dignidad. No me expulsaron, me fui porque lo decidí de forma libre. Me divorcié, política y éticamente, de una estructura que ya no se parecía a lo que soy ni a lo que defiendo. Lo que había sido escuela, se convirtió en una estructura que me toleraba mientras no aspirara a más. Me fui sin pelear, pero también sin pedir permiso. Porque entendí que la lealtad sin garantías se convierte en subordinación.

Durante años intenté abrir caminos dentro de una estructura que, como muchas otras en el país, se rige por pactos no escritos, pactos que se firman entre hombres, con tinta invisible para nosotras. Me formé allí, ocupé espacios, defendí ideas, lideré procesos. Pero al final comprendí que lo que me ofrecían no era un lugar, era una jaula con adornos. Me permitían estar, pero no aspirar. Hablar, pero no decidir. Aplaudir, pero no disputar.

Cuando decidí presentar mi aspiración a la Alcaldía de Maicao, lo hice convencida de que tenía el derecho político —y también el deber ético— de representar a un sector amplio de ciudadanos que creía en una alternativa seria, ética y comprometida con las causas sociales. Sin embargo, lo que encontré fue el muro invisible de siempre: los acuerdos entre caballeros. Las decisiones ya estaban tomadas. Las conversaciones no eran públicas ni colectivas. El aval no se iba a disputar, se iba a entregar. Mi precandidatura a la alcaldía de Maicao fue la gota que terminó de revelar esa lógica de subordinación y machismo político. Habiendo cumplido con todos los requisitos, con respaldo social y trayectoria, esperaba al menos un proceso democrático interno que definiera la asignación del aval. Pero no lo hubo, las decisiones se tomaron fuera de los mecanismos partidarios. La oportunidad no se discutió ni se concertó. Simplemente se cerró. A las mujeres en política se nos exige lealtad ciega, gratitud perpetua y silencio estratégico. Pero muy pocas veces se nos da espacio real para decidir, para disputar de tú a tú, para aspirar sin ser tratadas como fichas de un tablero que ya está resuelto desde antes de que hablemos.

Hoy quiero anunciar públicamente ese cierre de ciclo. Porque no es justo que se me siga asociando con una jefatura que negó mis derechos políticos dentro del partido. Porque no quiero que mañana, si asumo algún nuevo rol público, se piense que llegué allí por una negociación entre estructuras conservadoras. No es así. Hoy no milito en ningún partido. No represento a ninguna jefatura tradicional. Y si en el futuro decido acompañar un proyecto político, lo haré desde mi libertad y no desde la dependencia. 


Sé que algunas personas dirán que estoy buscando acomodo. Pero los hechos hablan más que las conjeturas. Mi renuncia fue presentada mucho antes de cualquier posibilidad institucional. Y hoy es cuando decido contarlo, porque quiero que la ciudadanía lo sepa de mi vOZ: ya no soy parte de la estructura conservadora en La Guajira. Ya no tengo lealtades partidarias con quienes me negaron la posibilidad de competir en igualdad de condiciones. Me liberé de esa deuda simbólica. Lo que represento ahora no lo heredé de un partido, lo construí con coherencia.

Hay momentos en los que callar es sobrevivir. Pero también hay momentos en los que callar es ceder. Este no es un tiempo para el silencio. Es un tiempo para hablar, para explicar, para abrir caminos para otras mujeres que han vivido lo mismo. Mujeres que han sido útiles para los partidos, pero descartadas en el momento de decidir. Mujeres que, como yo, han sido llamadas a sumar votos, pero no a liderar. Que han sido celebradas en discursos, pero apartadas en las decisiones.

Mi historia no es única. Es parte de un patrón estructural. Por eso elegí contarla desde una metáfora política y femenina: EL DIVORCIO. Porque eso fue. No un adiós sentimental, sino una ruptura con un modelo que se sostiene sobre lógicas patriarcales. La política de los pactos cerrados, de las candidaturas definidas en reuniones privadas, de las lealtades heredadas por consanguinidad y no por mérito. Me divorcié del poder que no me veía como igual. Y no me fui a buscar otro amo. Me fui a buscar un proyecto que me permita construir desde la igualdad.

¿Qué significa divorciarse políticamente?

No se trata solo de firmar una carta de renuncia. Se trata de romper con una forma de relacionarse con el poder. De dejar atrás la obediencia como estrategia, la subordinación como requisito, el disimulo como método. Divorciarse políticamente es dejar de poner los votos, los talentos, las ideas y la trayectoria al servicio de quienes no te reconocen como igual. Es renunciar a la ilusión de que algún día recibirás el respeto que ya mereces, si simplemente esperas lo suficiente. Es decir “hasta aquí” sin gritar, pero con una voz que retumbe. Para muchas mujeres —y más aún para mujeres indígenas como yo—, salir de una estructura tradicional no es simplemente cambiar de camiseta. Es una ruptura simbólica, espiritual, ética y estratégica. Porque cuando una ha construido lealtades, ha acompañado procesos, ha formado parte de equipos, también ha invertido algo muy valioso: confianza. Pero cuando esa confianza se rompe, lo único coherente es no quedarse.

Eso no significa que me convertiré en una figura sin alianzas. Al contrario: estoy abierta a confluir con sectores políticos que compartan mis causas y mi visión del territorio. Pero no para ser ficha en un tablero de ajedrez donde otros dictan los movimientos, sino para ser parte de causas que converjan con las que siempre he defendido: Los Indígenas, Las Mujeres, Los Jóvenes, La Salud, El territorio y el Medio Ambiente. No para sumar desde la obediencia, sino desde la propuesta. No para repetir fórmulas, sino para construir algo distinto. Lo he dicho antes: yo no soy una mujer sola. Soy una mujer que camina con comunidades, con procesos, con un legado familiar y colectivo. Y por eso no puedo permitirme seguir en un espacio donde mi voz sea solo un decorado. Si me ven en un nuevo espacio, será porque lo construí desde el diálogo, desde la claridad, desde el respeto. 


Lo que viene es evolución

Sé que hay quienes, al ver este anuncio, se preguntarán si esto significa que me uniré a otro partido, a otra estructura, a otra lógica. La respuesta es: no. No se trata de cambiar de jefe. No se trata de saltar de un casillero a otro. Se trata de construir, con libertad, un proyecto donde mi voz tenga valor, donde mis causas sean el centro, y donde no tenga que pedir permiso para representar a quienes siempre me han acompañado. Se trata de construir bases y generar confianzas en espacios en donde sea respetada y valorada como mujer política.

Sé que este artículo marca un punto de quiebre. Pero también es una siembra. Porque cuando las mujeres nos atrevemos a decir “me voy”, también estamos diciendo “ya no estoy dispuesta a callar más”. Mi ruptura no fue con la política. Fue con una forma de hacerla. Con un modelo que usa a las mujeres como rellenos y no como protagonistas.

No me fui por un puesto. Me fui porque ya no me cabía el alma en ese lugar. Y ahora, sin miedo, estoy escribiendo otra etapa. Lo que viene para mi es evolución y será desde otro terreno: uno en el que no tenga que pedir permiso para defender mis ideas. En el que pueda representarme a mí misma, a las mujeres, al pueblo Wayuu, y a todos los que creen que la dignidad es el verdadero principio de la acción política. Este no es el final de una historia. Es el comienzo de otra. Y me honra poder contarla en voz propia, desde mi blog, desde mi territorio, desde mi nombre.

Todo final siempre trae consigo un nuevo inicio. Gracias por leerme. Gracias por acompañarme. Y gracias, sobre todo, por creer que otra política es posible.


Por: Oriana Zambrano Montoya

Lideresa social, exdiputada, consultora en salud intercultural indígena y defensora de los derechos de las mujeres.

 

 

 

 

 

 

 

 

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