Todos Los Gobiernos Son Temporales, Pero El Racismo Y La Discriminación En Colombia Son Estructurales.
Y mientras no tengamos la valentía de mirarnos al espejo como sociedad, seguiremos creyendo que el problema es de partidos, ideologías o caudillos, cuando en realidad es mucho más profundo. Como mujer, indígena y negra, sé lo que significa ser usada como símbolo y luego desechada cuando mi voz confronta o molesta. Por eso veo con claridad que lo que está pasando con Francia Márquez no es solo un “lío político”: es la confirmación de cómo este país aplaude la diversidad en campañas electorales y publicitarias, pero destruye a las mujeres negras, indígenas y pobres cuando exigen respeto y poder real.
Los mismos sectores que celebraron la “histórica inclusión” hoy la llaman “traidora, incapaz, arrogante”. Y los medios, en lugar de abrir un debate serio sobre racismo, discriminación y machismo estructural, prefieren el espectáculo amarillista que genera el chisme político. Eso también es racismo: usar su imagen para atacar a Petro o al progresismo, mientras se refuerza la idea de que “l@s negr@s, l@s indígen@s y las mujeres no somos capaces” de gobernar, de hacer política o de autodeterminarnos. El problema es que seguimos creyendo que tener una vicepresidenta negra es suficiente para ser un país incluyente, o que un letrero en wayunaiky en un hospital es enfoque diferencial, pero negamos que el poder real solo sigue en manos de quienes nunca han tenido que justificar su presencia.
Francia Márquez está pagando el precio de ocupar un lugar que este país todavía cree que no le corresponde. ¿Una factura muy alta a cambio de qué? El costo que está pagando evidencia la hipocresía de un país que aplaude la diversidad mientras no cuestione privilegios, pero se vuelve implacable cuando esa diversidad exige poder real. Este no es un asunto de izquierdas o derechas. El racismo y la discriminación son transversales y cómodos para todos los que ostentan el poder. Por eso los medios prefieren reducir su discurso a una noticia que titule y destaque la pelea de Francia Márquez con Gustavo Petro. Porque así evitan hablar del verdadero problema: Colombia no soporta ver a una mujer negra ejerciendo poder con dignidad y autonomía.
El discurso de Francia Márquez no es una catarsis individual reducido a diferencias con Petro. Es una denuncia de cómo la sociedad colombiana, incluidos los sectores que se autodenominan progresistas, instrumentaliza los cuerpos de mujeres negras y pobres como símbolos de diversidad, solo para marginarlas cuando exigen poder real. Márquez se posiciona como “un cuerpo afrodescendiente, un cuerpo de mujer negra que ha sido celebrado, instrumentalizado, desgastado y desechado”, una frase que sintetiza el tokenismo político: se aplaude la inclusión en campaña, pero se les niega agencia en la toma de decisiones. Su mensaje nos confronta como país: seguimos siendo una democracia que tolera la diversidad en la foto, pero que castiga con deslegitimación, odio y violencia política a quienes se salen del lugar de “adornos del poder”.
Lo más potente de su intervención es que no proviene de la inacción ni de la victimización vacía. Márquez legitima su voz recordando avances concretos alcanzados durante su gestión: la puesta en marcha del Sistema SALVIA para atender violencias de género; la creación de la Comisión Nacional Intersectorial de Reparación Histórica; la Estrategia África para fortalecer lazos con el continente africano; y la reglamentación de la Ley 70 de 1993 mediante los Decretos 1396 y 1384 de 2023 y el Decreto 0129 de 2024. Esto es clave porque muestra que su denuncia se hace desde la autoridad de quien ha gestionado transformaciones históricas, no desde el resentimiento. La narrativa mediática que busca mostrarla como “traidora, incapaz o arrogante” se desmorona cuando se contrastan los hechos: ha hecho lo que ningún gobierno había logrado en 30 años para el pueblo afrodescendiente.
Este gobierno y todos tienen periodos definidos, inician y terminan. Si como sociedad no enfrentamos estas realidades, seguiremos siendo un país que celebra la diversidad solo en la apariencia, mientras castiga y excluye cuando esa diversidad reclama un lugar real en la toma de decisiones. Yo me niego a ser parte de esa hipocresía colectiva. Porque sé lo que es que te quieran “en la foto” pero no te permitan decidir. El racismo y el clasismo no son opiniones: son sistemas de opresión que este país normaliza todos los días. Hoy, más que nunca, necesitamos hablar de esto con honestidad, aunque incomode. Porque la historia juzgará a quienes prefirieron el espectáculo del chisme que a la discusión profunda sobre la dignidad y los derechos.
El discurso de Francia Márquez tiene múltiples destinatarios. A la sociedad colombiana en su conjunto, para que confronte el racismo y el machismo estructural que atraviesan todos los gobiernos, sin importar el color político. A la oposición y a los medios, por cultivar discursos de odio que preparan el terreno para la violencia física contra quienes se atreven a ocupar el poder siendo diferentes. A la justicia, para recordar que el racismo es delito y debe sancionarse de forma efectiva. Y también a los movimientos afrodescendientes, feministas y populares, como un llamado a la resistencia y a la acción colectiva. Por último, interpela al progresismo y al Pacto Histórico, evidenciando que incluso los gobiernos que se presentan como alternativos reproducen dinámicas coloniales de exclusión cuando utilizan la diversidad como adorno y no como redistribución real del poder.
No nos equivoquemos: Francia Márquez no es el problema. Es el espejo. La pregunta de fondo es dura: ¿Estamos dispuestos a que mujeres negras, indígenas y pobres ocupen espacios de poder sin que tengan que pagar con odio, deslegitimación y violencia política por hacerlo? Si la respuesta es no, entonces el problema nunca fue Petro, ni Francia, ni la izquierda ni la derecha. El problema es que Colombia sigue siendo un país profundamente racista y clasista, incapaz de tolerar la igualdad real. ¿Estamos listos para mirarnos de verdad?
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